martes, 27 de noviembre de 2012

Ruinas de la modernidad


Una farola discreta en el fondo de una calle,
en mi lóbrego camino al volver a casa.
Tunantes y prostitutas, ladrones y policías,
personajes de cualquier clase
me encuentro yo por la vida,
cuando vuelvo por la ría
al lugar de mi reposo.

Fauna silvestre que hemos poblado
por casualidad mundana
esta ciudad industrial.
Que cabalga, entre ruina y galaxia
modernidad y retraso,
unidos en el mismo frasco
junto a miseria y prosperidad.

Cubierta en porquería y roedores
aquella pequeña niña
recoge las latas de la basura
con las que poder jugar.
Mientras tanto, el ciego pide
a los hombres de chaqueta,
dos monedas para comprar
aquella necesaria muleta.
Cristina, la mujer del panadero
muy pronto por la mañana
va al boticario,
a comprar receta amarga
para no tener que alimentar
a otra linda criatura.
Gervasio y el Ocho Dedos
hacen la repartición
en la Taberna del Gran Pirata
de los trabajos que realizaron
con nocturnidad y alevosía
a los pies de comisaría
protectora del barrio del Buen Señor.
Samanta, la buena muchacha
portadora de corta falda
venida de otro país,
con una sonrisa vaga
saluda a la portera
que la mira con indignación

Aquí el humilde poeta
recogiéndose de madrugada
es espectador del gran teatro
que nos ofrece la sinrazón,
de este mundo ya creado
en los márgenes de lo humano,
en las lindes de la pomposidad,
que no visita estos lares
llenos de buenas gentes
y de raros trashumantes.

Quisiera yo que saliera
a la luz del mundo, la condición
de las personas que esconden vergüenzas,
en lo más hondo de las profundidades
para obtener, un pedazo de las delicias
que prometieron en la oración.

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