viernes, 7 de noviembre de 2014

Gritando soledades

Gritando soledades se levanta uno en guardia.
Espera, agazapado entre el piano y la maceta de geranios
a que despierte el día
y así no molestar a la anciana del otro lado del patio,
iracundo y escupiendo sangre, preguntándose el porqué.
Lo más gracioso es que uno siempre espera respuesta

Anquilosado sale de casa, y el frio golpea su cara
con más fuerza que ningún puñetazo.
La noche de ayer fue dura, o quizá fueran todas las noches.
Quizá ya no sea joven
o quizá no se dé cuenta.
Camina por el barrio, con ese ritmo rápido
de cuando era camarero
como si fuera a algún lado,
pero hace ya tiempo que no tiene prisa
que ya no busca, pues su entorno está desolado.
Y aun así camina, y camina con fuerza.
Levanta la cabeza, por orgullo propio
pues le jode esconderse de nada.
Quizá ha perdido,
o quizá no haya empezado a combatir pero ya estés cansado,
o quizá lleva la vida entera luchando.
A veces es tan difícil saber qué ocurre.

Al rato, después de pasar por el parque, llegar hasta el río
subir al altiplano y ver la ciudad desde lo alto,
vuelve a casa con ese sabor agridulce que no le abandona.
Ya es tarde, y el día ha terminado.
Ahora llega la noche que sabe bailar a su lado,
que sabe regalarle los momentos que sueña.
Y sin pensar sale a olvidar,
a olvidar lo que con cicatrices profundas está grabado

Hasta el día siguiente…

que vuelva a preguntar qué está pasando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario